lunes, 17 de febrero de 2014

El deporte más hermoso del mundo


Un peruano de 16 años aproximadamente apodado “el Cich” viaja a Monterrey, Mexico para participar de un campeonato Internacional de fútbol de menores, era julio del año 97.
En un partido contra un equipo local este chico iba a dejar huella no por su habilidad futbolística sino por la que dejaron sus chimpunes en la espalda de un rival. Un sol radiante calentaba las canchas de fútbol y sofocaba las arengas de los aficionados que se dieron cita para alentar a sus equipos.
Empieza el encuentro y la situación se mide pareja para ambos conjuntos hasta la mitad del juego. Un ataque a la deriva lleva el balón a puertas del arco nacional. El habilidoso volante diestro sale jugando por su banda tras pase de brazos del arquero para empezar un contra golpe mortífero que les enseñaría a esos mexicanos chingasusmadres de qué estaban hecho los peruanos visitantes.
Proyectándose a toda marcha, Cich elude al primer rival con una singular gambeta. El segundo contrincante corre con la misma suerte, es evadido con una doble bicicleta que bien dominaba la tenía por ver tantos vídeos de Diego Armando Maradona, su héroe de toda la vida. Con la pelota bien pegada al pie y a la línea lateral del gramado enfrenta al tercer oponente, un lujoso caño bastó para avergonzar no solo a éste si no a varios mexicanos del equipo, quienes se creyeron superiores desde antes de empezar el cotejo, y no podían creer lo que sucedía frente a sus ojos. ¡No para hasta el gol! Pensamos en unanimidad. Nos equivocamos.
El lío empezó, pues, porque, al ver que una sola persona se llevaba a medio equipo local en vivo y en directo, el cuarto adversario –y peor aún- capitán del equipo mexicano, arrebató el esférico de los pies del peruano con un empujón desleal por detrás. Una falta clara y evidente. Una falta en cualquier parte del mundo y en cualquier idioma. Una falta inexistente para el réferi.
La reacción furiosa e instantánea del perucho de corazón, movido por una cólera que tomó color al instante, y una sed exquisita de revancha, claro, fue arremeter contra el azteca clavándole una patada voladora con ambas plantas de los pies en la espalda llevándolo de cara fuera del campo.
Como resultado de la patada karateca del Cich hubo una roja directa y  expulsión automática del juego, como era de suponer. También se presentaron unas ganas tremendas, por parte de ambos equipos, de coger a este peruano faltoso y hacerle comer sus toperoles de aluminio, uno por uno, ahí mismo. Sí, todos juntos como hermanos, peruanos y mexicanos unidos para regalarle tremenda golpiza al chico este que dominaba el estilo para aventar huachas como Román Riquelme y lanzar patadones a discreción cual Van Dame.

Al final no pasó a mayores y nadie salió herido de gravedad. El chico quedó con las huellas del patadón en la espalda, ahora es médico cirujano. En cuanto al Cich, a pesar de tener una habilidad indiscutible para las artes marciales, siguió jugando por la banda derecha, cometiendo en cada juego una que otra falta no tan peligrosa como la que regaló en México. Y es que el fútbol es lo que más le apasiona. Y es que no puede vivir lejos del fútbol. Y es que el fútbol es el deporte más hermoso del mundo.

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