Hola, mi nombre es Miguel y tengo un dilema, no soy mudo
pero no hablo. Siempre encuentro un lugar al cual voltear y distraerme para no expresar lo que acontece
en mi interior, así la situación sea apremiante. Nunca pensé que fuera un inconveniente
hasta que, después de tanto repetirme lo mismo, me di cuenta que sí, es un
rompecabezas que no solo juego yo, si no, los que más me quieren, y hay que
completarlo para bien de todos.
Era el año 95. Frescos recuerdos de lo que fue el mundial en
Estados Unidos que terminó con un Brasil tetracampeón. Me pasé el primer año de
secundaria en el María Reina queriendo jugar fútbol y descuidando los cursos.
Qué niño juega por la selección de su colegio obteniendo un gran semáforo en
rojo como libreta de notas, nadie. Pues yo no lo sabía y si me lo dijeron, no
escuché.
Repetí primero de secundaria y, así como ingresé a un colegio
nuevo para cursar primero de nuevo, también ingresé a la psicóloga. Una vez a
la semana con una señora re-buena gente que no hablaba mucho –al igual que yo-
pero tenía una mirada tranquila, pacífica o al menos así la recuerdo. Fácil
estaba re-loca, con la mirada perdida la tía pero siento que, gracias a ella,
empezó una especie de quest que irá tomando forma de a pocos con el transcurrir
de los años. No tengo muchos recuerdos de lo que hablábamos, si es qué, pues,
como repito, ninguno tenía una personalidad como que “oficialmente
extrovertida” y pasábamos varios silencios juntos.
Debido a esos silencios inoportunos una vez mi madre le pidió
“ayuda” a una tía para que me lleve a pasear y me descifre. Ella se pasó de
linda, me compró zapatillas, caminamos, paseamos, helados comimos y al final
del día me devolvió a casa. Sé que la pasamos genial, y también sé que no cumplió su cometido porque
mucho no dije, estoy seguro.
Recuerdo que a la oficina de la psicóloga yo llegaba en un
Hyundai Accent del 94 de color blanco conducido por Jorge, el chofer de papapa
Chalo, un moreno grande con una sonrisa aún más grande que él, buenísima onda,
decía que había jugado fútbol profesional, yo le creía porque dominaba el balón
que daba miedo. Era tan cercano a la familia que me llevaba al estadio a ver la
Copa Libertadores y nos divertíamos con todo, excelente persona Jorge.
Al entrar al departamento lo primero que hacía la señora era sacar una gran caja llena
de juguetes, colores, cuadernos, etc. “Coge lo que quieras” me decía y yo
rebuscaba y rebuscaba y me cansaba de rebuscar. Hasta que un día, por motivos
de fiestas navideñas, junté unas témperas con unos palitos de madera –como los
de los helados- un poco de cola y un pedazo de cartón donde fusionarlo todo. Formé
un arbolito de navidad con los palillos, dibujé una línea vertical justo en la
mitad para dividir el árbol, utilicé dos colores de témperas para pintarlo, un
lado verde y el otro rojo, dibujé una estrella en lo alto para el toque final.
El resultado que arrojó el dibujo fue tan claro como las
conclusiones de la psicóloga: “Uno, el chico no habla pero sabe comunicarse y
dos, está en búsqueda de equilibrio”. Fue en ese momento –sin yo bien saberlo-
que empezó mi búsqueda.
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