miércoles, 27 de marzo de 2013

Volando un poco más allá


La noche en que la acompañé al aeropuerto con la familia para despedirla se me cruzó por la cabeza una pregunta ¿y si terminamos para evitar la angustia que nos espera? al instante de terminar de elaborar esa interrogante me respondí ¡ni hablar! creo y me faltó egoísmo, “está claro que lo que hemos formado no es fácil de hallar y menos de romper, esa comunicación no verbal y esa calidad de relación, es inigualable”. Haremos todo lo posible para seguir y juntarnos luego, aquí o allá pensé, pensó, pensamos.
Distancia, basta distancia, un congelador eres, maldita, entumeces hasta las relaciones más unidas. Es así, por más que se esfuercen y se llamen seguido, usen skype, facebook, messenger y todas las  vías de comunicación posibles que puedas tener a la mano no ayudará, solo alargará el camino que recorrerán, un camino que daña a ambas partes, un camino que más parece un laberinto sin un final.
A veces pensar en uno mismo, y no en dos, no es tan malo, el problema era que llevábamos mucho tiempo así, fusionados, juntos y, de repente, el mundo con su geografía nos despegó, nos volvió a cada uno impar. No reflexioné sobre lo mal que la pasa la persona que se queda, evidentemente es peor que el que se va, porque todo sigue igual, todo, los lugares que frecuentaban, los que nunca fueron, las personas en común, las nuevas, las horas juntos, el tiempo separados esperando volver a juntarse. El que se va tiene todo nuevo, todo. Se sufre por ambos lados sí, pero en desmedida proporción.
Es cierto que el tiempo cura, lo sabía en teoría y me cansé de escucharlo repetidamente, pero no lo había experimentado en ese nivel, conocí la diferencia entre oírlo y vivirlo. Lo que una vez fue tuyo y ahora se extraña deja de tener la misma intensidad, deja de doler, la apatía se encarga de muchas cosas y los amigos hacen bien su trabajo de distracción. Cuando de pronto, súbitamente, vuelves a la normalidad, todo fluye como siempre ha sido, solo que uno ya no es el mismo, con respecto al amor, con respecto al entorno ni con uno mismo.
Ese irrisorio refrán que cuenta “si amas déjalo libre” que me sabía tan absurdo y me provocaba tantas náuseas se convirtió en una realidad, tuve que adoptarlo y, peor aún, darle la razón. Lo hice, no porque me lo supiera de memoria ni porque lo hubiera escuchado tantas veces sino, porque lo que sentía por esa persona era amor y, pues, era lo que tenía que hacer.
¿Amar de nuevo? claro que sí, pero antes, me voy volando un poco más allá.

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