La noche en que la acompañé al aeropuerto con la
familia para despedirla se me cruzó por la cabeza una pregunta ¿y si terminamos
para evitar la angustia que nos espera? al instante de terminar de elaborar esa
interrogante me respondí ¡ni hablar! creo y me faltó egoísmo, “está claro que
lo que hemos formado no es fácil de hallar y menos de romper, esa comunicación
no verbal y esa calidad de relación, es inigualable”. Haremos todo lo posible
para seguir y juntarnos luego, aquí o allá pensé, pensó, pensamos.
Distancia, basta distancia, un congelador eres,
maldita, entumeces hasta las relaciones más unidas. Es así, por más que se
esfuercen y se llamen seguido, usen skype, facebook, messenger y todas las
vías de comunicación posibles que puedas tener a la mano no ayudará, solo
alargará el camino que recorrerán, un camino que daña a ambas partes, un camino
que más parece un laberinto sin un final.
A veces pensar en uno mismo, y no en dos, no es tan
malo, el problema era que llevábamos mucho tiempo así, fusionados, juntos y, de
repente, el mundo con su geografía nos despegó, nos volvió a cada uno impar. No
reflexioné sobre lo mal que la pasa la persona que se queda, evidentemente es
peor que el que se va, porque todo sigue igual, todo, los lugares que
frecuentaban, los que nunca fueron, las personas en común, las nuevas, las
horas juntos, el tiempo separados esperando volver a juntarse. El que se va
tiene todo nuevo, todo. Se sufre por ambos lados sí, pero en desmedida
proporción.
Es cierto que el tiempo cura, lo sabía en teoría
y me cansé de escucharlo repetidamente, pero no lo había experimentado en ese
nivel, conocí la diferencia entre oírlo y vivirlo. Lo que una vez fue tuyo y
ahora se extraña deja de tener la misma intensidad, deja de doler, la apatía se
encarga de muchas cosas y los amigos hacen bien su trabajo de distracción.
Cuando de pronto, súbitamente, vuelves a la normalidad, todo fluye como siempre
ha sido, solo que uno ya no es el mismo, con respecto al amor, con respecto al
entorno ni con uno mismo.
Ese irrisorio refrán que cuenta “si amas déjalo libre”
que me sabía tan absurdo y me provocaba tantas náuseas se convirtió en una
realidad, tuve que adoptarlo y, peor aún, darle la razón. Lo hice, no porque me
lo supiera de memoria ni porque lo hubiera escuchado tantas veces sino, porque
lo que sentía por esa persona era amor y, pues, era lo que tenía que hacer.
¿Amar de nuevo? claro que sí, pero antes, me voy
volando un poco más allá.
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