Sí, conozco ese miedo, es real. Es más, ese miedo
del que dices no querer conocer se vuelve amigable, empiezas a convivir
con él como si fuera parte de ti, de tu cuarto, del pasillo, de tu cuerpo,
de la canción que escuchas, del párrafo que lees. Ese miedo que te acompaña
cuando caminas las calles para conversar con él, para preguntarle por
qué y por qué y por qué, ese miedo silencioso que no da respuesta
alguna y acrecienta la incertidumbre, que te empequeñece, que te hace dudar. Es
el mismo miedo que está en ti, que está en mí y que está en cada uno de
nosotros cuando pasamos por esa etapa en la que no queríamos incurrir, y
que a veces es inevitable. Ese momento cuando ella se aleja, cuando no
está más, cuando deja al miedo entrar y ocupar su espacio. Sí, lo conozco y
tengo que decir algo respecto a él: no es más grande que tú ni que yo ni que
nadie, es simplemente que cuando ella decide partir se lleva la valentía que
teníamos para protegerla y amarla, y quedamos indefensos. Ese miedo hay que
conocerlo para poder combatirlo, para poder ganarle y superarle, para sentirnos
victoriosos luego de una derrota en el amor, para poder ser feliz. Ese miedo
existe y nos encuentra en algún momento y lugar, y sabes qué, te da lucha pero
no te gana.
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